sábado, 3 de enero de 2009

Naturalidad convertida en santidad: Beata Isabel de la Trinidad

Elisabeth Catez nace en 1880 cerca de Bourges (Francia). El 19 de abril de 1891 recibe la primera comunión. Una mañana, después de la misa, se entrega incondicionalmente a Jesús, que será su único tesoro, riqueza y amor. Isabel admira todo lo positivo de la vida: la belleza del universo que refleja la huella del amado, y también las honestas reuniones con los amigos, la música y la danza. Retrasa su ingreso en el Carmelo para no disgustar a su madre viuda. Vive la contemplación en lo cotidiano de la vida y en su intensa vida de oración. Es un modelo sencillo para los jóvenes cristianos de todas las épocas: centrada en el interior y viviendo las alegrías sanas de la vida. Su testimonio será, sin palabras, sin ningún gesto extraño, sin perder la presencia de su Maestro interior.


El 2 de agosto de 1901 Isabel Catez entra en el Carmelo para convertirse en Sor Isabel de la Trinidad. Tiene que acomodarse al nuevo ambiente, nuevas personas, nuevas costumbres y formas de ver la vida. El corazón de Isabel sufre por su madre, inconsolable por la partida de su hija.


Una cosa es vivir el espíritu del Carmelo desde el mundo y otra en una comunidad de clausura con personas muy concretas. Isabel es la más joven de la comunidad en la que hay varias enfermas. Un mundo muy limitado y estrecho en el que es preci­so entenderse, convivir y aceptar a las personas con sus limitaciones concretas, pero que transfigurado por su gran fe se vuelve luminoso. El 21 de noviembre de 1904 Isabel lo pasa, ante el Santísimo. Por la noche redacta una oración, que es expresión de su entrega al Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Muere de la enfermedad de Adison el 9 de noviembre de 1906.


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